RedacciOn | Diciembre 14, 2014
Oferta Especial
¿Serán hombrecitos de color verde con grandes ojos almendrados o nos atemorizarán las letales formas de un Alíen de Giger? La forma definitiva, de un ser que viniera de las estrellas, se pueden deducir llevando a cabo un pequeño, pero serio análisis.
Nos ha llevado poco más de 4.000 millones de años llegar hasta donde estamos. La primera forma de vida surgió en los albores de la creación, cuando la Tierra era muy joven y aún efervescía una activa sopa primigenia en los océanos.
El ciclo evolutivo, nos ha permitido comenzar desde las iniciales células microscópicas hasta convertirnos en la especie dominante en el planeta. Nuestra forma corporal no ha llegado por “simple” casualidad. Ha sido el resultado de millones de años de un proceso evolutivo, de circunstancias favorables y entornos adecuados.
Supongamos, por un momento, que gracias a la enorme dimensión del universo y de la inmensa cantidad de planetas que pudieran concentrar las condiciones necesarias para albergar la vida, se diera el caso particular de que surgieran seres vivos a millones de años luz de distancia y, que estos hubieran alcanzado un desarrollo tal, que no supusiera ningún problema para ellos viajar hasta nuestra Tierra, ¿qué aspecto tendrían esos visitantes del espacio?
El cine, nos ha hecho llegar decenas de ideas sobre cómo podría ser el aspecto de un extraterrestre. Pero, antes, la literatura ya había descrito una multitud de seres que basaban su morfología en los miedos más profundos del subconsciente de los seres humanos.
Escritores, de la talla del grandísimo H.P. Lovecraft, o su maestro, el genial Clark Ashton Smith, usaron viscosos monstruos, surgidos de las entrañas de otros planetas, con el único fin de aterrorizarnos.
Estas criaturas de locura solían tener tamaños colosales, dientes afilados, tentáculos resbaladizos y movimientos reptantes similares a ofidios. H.G Wells, en su magnifica obra, “La Guerra de los Mundos”, insiste en las formas “pulpoides” de gran tamaño. Pero, además, aporta un plus tecnológico al dotarles de aparatos de transporte.
La calenturienta imaginación de los artistas, siguió retorciendo el esquema, al combinar animales que nos producen un miedo atávico con formas humanoides.
El celuloide se encargó de encarnar nuestras peores pesadillas en imágenes explícitas, produciendo películas como “Alíen” o “Depredador”, cuyos protagonistas había estilizado su figura y disminuido su tamaño. Pero, a cambio, los habían convertido en luchadores auténticamente letales.
Con el desarrollo de la civilización, al pasar de los años, se pudo observar como el propio avance de la tecnología iba conformando la fisonomía de los supuestos extraterrestres, añadiendo algunos cambios al eje principal del cuerpo del extraterrestre.
Ahora, aparecen detalles de tipo aracnoides e insectoides, por si no fuera bastante con la repulsión que nos genera la visión de animales asquerosamente viscosos y resbaladizos como las serpientes o las babosas.
Los nuevos campeones de otros mundos presentan piezas semejantes a quelíceros, que suelen estar presentes en escorpiones y arañas. Este aspecto aterrador era el camino más fácil para indicar al espectador las malévolas intenciones de los seres de otros planetas. Pero, ¿necesariamente deben ser así en la realidad?
En el lado opuesto, cuando los artistas pretendían mostrar a los extraterrestres como seres amigables, que venían en son de paz, predominaban las formas humanoides, tratando de asemejarse lo máximo posible a nosotros mismos, para no tocar fibras sensibles en nuestro subconsciente. Los directores huían de la viscosidad y presentaban a los visitantes casi como personas, vestidas con túnicas de luz o ataviadas con avanzados trajes espaciales.
En el film, “Encuentros en la Tercera Fase”, Spielberg nos enseña un grupo de alienígenas que parecen casi niños, con bajas estaturas, movimientos simpáticos y nada amenazadores.
Cuando no se trataba de formas parecidas al ser humano, los diseñadores de sueños trataban de hacerlos parecer dulces muñequitos de peluche, como el caso de “Alf”, la serie americana de los años 80, que convierten al figura del extraterrestre en un ser divertido y hasta cariñoso. Algo parecido, a lo sucedido con “ET”, que a pesar de tratarse de un bicho extraño a nuestros ojos, en el fondo, su aspecto se aproxima mucho al de una tortuguita tierna e inofensiva, todo ello aderezado con unos inmensos y bonachones ojos azules, paradigma occidental de la perfección y de la armonía. Recuerden, los ángeles siempre son representados con ojos azules. Pero, ¿es este el aspecto que tendrán?
La literatura de ciencia ficción, pozo inagotable de la más fértil imaginación, ha llegado al extremo de imaginar a los alienígenas como entidades vaporosas. Una de las obras maestras de Isaac Asimov, “Los Propios Dioses”, retrata unos extraterrestres de un universo paralelo cuyos cuerpos no son de carne, sino de gas.
Uno llega a imaginarlos como fantasmas informes que se pueden adaptar a las formas que deseen pero hasta cierto límite. El magistral escritor garantiza una visión razonablemente coherente de la existencia de estos seres de vapor y nos demuestra cómo es posible un tipo de vida con esas características. Aunque, finalmente, tiene que acudir a una forma sólida para proporcionar una estructura creíble a su narración.
El imaginario colectivo, también refleja cierta querencia por identificar a los extraterrestres como seres que esencialmente son de luz y que irradian sus talentos hacia los humanos que les tratan. Otros autores, representan escenarios cósmicos, donde los seres de otros mundos no están a nuestro nivel, sino que tienen tamaños galácticos, y van devorando soles enteros para alimentarse. Acaso, ¿serán éstos los verdaderos extraterrestres?
Nos vamos acercando al fin del misterio puesto que si realizamos un ejercicio de deducción basado en las premisas básicas que conocemos, seguramente, lo más probable es que los extraterrestres que nos visiten sean unas máquinas más inteligentes que nosotros. Para empezar, los monstruos gigantescos y viscosos no parecen ser una buena opción evolutiva, ya que una exigencia insalvable de un posible viaje estelar, pasa por la alta tecnología.
Para alcanzar un conocimiento suficiente como para cruzar galaxias enteras y llegar hasta nuestro planeta, seguramente sería necesaria una fisonomía antropomórfica. Esta hipótesis la apuntalan científicos de mucho prestigio, como el paleontólogo de la Universidad de Cambridge, Simon Conway Morris. Existe un fenómeno en la naturaleza conocido como evolución convergente: “La tendencia de un proceso evolutivo a encontrar soluciones similares a un reto ambiental dado”.
Por ejemplo, si un depredador consigue sus presas mediante el uso de la visión, lo que sucederá es que con el tiempo desarrollará dos ojos superpuestos para lograr una visión en profundidad que le permitirá cazar mejor a sus víctimas.
De forma similar, pasa con las criaturas marinas que necesitan velocidad, las leyes de la hidrodinámica favorecen los cuerpos largos, delgados y aerodinámicos. La evolución convergente ha asegurado que las barracudas tengan la misma forma que los delfines. Incluso, aunque ambos sean de especies totalnente distintas. Tener la forma de un torpedo funciona mejor dentro del medio acuático.
Existe, además, una parte especial de nuestra fisonomía extremadamente importante para el desarrollo tecnológico: las manos. No es muy probable que un ser sin manos y dedos, prensiles a ser posible, pueda avanzar en la escala evolutiva hasta llegar al dominio del progreso tecnológico.
Igualmente, se necesita un cerebro. Pero, no uno cualquiera. Sino uno que sea capaz de comunicarse y de entender conceptos abstractos, como las matemáticas, para alzarse en la cúspide de la evolución. Es así como, un extraterrestre gigantesco y viscoso o un ser incorpóreo de gas o de luz, difícilmente podría manipular las condiciones de un entorno físico determinado hasta los límites que, por ejemplo, lo hacemos nosotros.
Pero además, unos alienígenas que hayan conseguido viajar por el espacio tanto tiempo como para aterrizar en nuestro planeta, nos llevarán como poco unos 100 años de ventaja. Eso, significaría que, probablemente, serán máquinas inteligentes las que logren contactar con la Tierra. De hecho, probablemente, lo primero que verán de nosotros los habitantes de otros planetas, serán los restos de las sondas Pioneer 10 y 11, primeras naves humanas en iniciar su viaje al espacio exterior, fuera de nuestro sistema Solar.
Hay mucha gente que piensa que la singularidad tecnológica llegará antes de 50 años. Y si esto es así, imaginemos por un momento dónde estarán las máquinas dentro de 100 ó 200 años. Además, son las únicas que pueden vivir eternamente, condición casi indispensable para realizar largos viajes interestelares.
Nuestra imaginación desbordada tendrá que ir suavizándose e ir pensando en nuevos conceptos de máquinas extraterrestres que no tengan aspecto viscoso, ni desagradable. Más bien, de seguro se identificarán con las formas minimalistas y metálicas que algunos escritores nos han presentado, desde siempre, como modelo de los alienígenas.
¿Decepcionados?