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Albert Pike escribió en 1871 como una serie guerras debían gestarse a fin de provocar el mayor cataclismo social jamás conocido por la humanidad
Albert Pike escribió en 1871 como una serie guerras debían gestarse a fin de provocar el mayor cataclismo social jamás conocido por la humanidad

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Es un hecho, históricamente notorio, que distintas sociedades secretas, a través de sus influyentes miembros, han tenido una enorme injerencia en diferentes tipos de legislaciones, en diversos países del mundo.

Legislaciones relacionadas, de forma más directa, con las ciencias sociales, los derechos humanos, la libertad de pensamiento, la seguridad social y la educación libre, gratuita y laica, así como de otras temáticas de carácter social. Todas, parte sistémica de la actual concepción social y moral de nuestra sociedad.

Hasta el día de hoy, subsisten logias que no consienten negros entre sus adeptos, otras que no aceptan a los judíos. Otras, más elitistas, y otras en las que el aspecto económico es lo más importante.

A pesar, que la Igualdad es uno de los principales principios masónicos, sin embargo, es un concepto que en realidad fue pregonado durante la Revolución Francesa y que habría de ser adoptado, posteriormente, por la orden de los francmasones.

Pero, en dicha orden, la igualdad es algo relativo, al ser una institución con un muy marcado carácter jerárquico profesional, en la que no todos sus miembros poseen la información o el poder necesarios para intervenir en las decisiones que puedan cambiar la historia de la humanidad.

A través del análisis de unas cartas, que son conservadas en la biblioteca del Museo Británico de Londres, se desprende que en dichas logias se diseñaron tres de los eventos más decisivos, que habrían de tener lugar en los tiempos por venir. Dos de ellos, ya consumados. Y otro, el más temible, aún por cumplirse.

Hablamos, de una serie de misivas, cruzadas en el siglo pasado entre Albert Pike y Giuseppe Mazzini, dos calificados miembros de la cúpula masona y luciferina de los Illuminati.

Así, en una carta dirigida a Mazzini con fecha del 15 de agosto de 1871, Pike le comunica que una serie de grandes conflictos bélicos debían gestarse. Comenzando por una primera Guerra Mundial, que se debía fomentar para permitir a los Illuminati derrocar el poder de los zares en Rusia, y transformar este país en la fortaleza del comunismo ateo necesario para sus planes.

Las enormes divergencias provocadas por los agentes de los Illuminati entre los imperios británicos y alemán, debían aprovecharse para fomentar la misma. Una vez concluida, se debía edificar el comunismo y utilizarlo para destruir otros gobiernos y debilitar fuertemente las religiones.

La Segunda Guerra Mundial debía fomentarse aprovechando las diferencias entre fascistas y sionistas políticos. La lucha, debía iniciarse para destruir el nazismo e incrementar el sionismo político a fin de permitir, finalmente, el establecimiento del Estado soberano de Israel en Palestina.

Y, siguiendo ese mismo orden de ideas, la Tercera Guerra Mundial se debería fomentar aprovechando las diferencias promovidas por los agentes Illuminati entre el sionismo político y los dirigentes del mundo musulmán. La guerra debe de orientarse de forma tal que el Islam y el sionismo se destruyan mutuamente, mientras que otras naciones se vean obligadas a entrar en la lucha, aunque no fuera su intención inicial, hasta el punto de agotar física, mental, espiritual y económicamente a su población.

Albert Pike le escribió a Giuseppe Mazzini el 15 de agosto de 1871 que, al final de la Tercera Guerra Mundial, quienes pretenden la completa dominación mundial provocarán el mayor cataclismo social jamás conocido por la humanidad.

La idea del judío alemán Adam Weishaupt, que fundó la cúpula de los Illuminati el 1 de mayo de 1776, era lograr los objetivos a través de la anarquía. El que su fundación se produjera el día siguiente de la noche de Walpurgis, y el hecho de que este día fuera consagrado mundialmente festivo, como el “día del trabajo”, aclara todavía más la estrecha relación existente entre los Illuminati y los distintos acontecimientos a nivel mundial.

Es llamativo, además, que el sello de los Illuminati aparezca con la fecha de 1776 en el dólar americano, un hecho que asombra a aquellos que no saben que Washington fue tan illuminati como Jefferson, Roosevelt, Ronald Reagan y los Bush, padre e hijo.

Pero la peor revelación aún está por venir.

Qué insólito puede resultar que un papa católico utilice o pueda utilizar un objeto que se sabe es satánico, que representa al Anticristo, y hacer que los fieles en la multitud se inclinen ante él y lo reverencien. Esto, nos recuerda la profecía de Apocalipsis 13:12, en la que el Falso Profeta hará que las gentes de la tierra deifiquen al Anticristo.

El papa Paulo VI se presentó en el Yankee Stadium llevando el “efod”, la antigua vestidura que usó Caifás... quien pidió la crucifixión de Cristo.

Pocos días después del regreso de Paulo VI a Roma, el obispo de Cuernavaca, Mendes Arceo, declaraba que “el marxismo es necesario para hacer realidad el reino de Dios en la época actual”; mientras que el Pontífice dejaba saber que Roma estaba lista para volver a tomar en cuenta a las sociedades secretas.

Una aciaga mañana del verano de 1976, unos jóvenes seminaristas católicos se sintieron sumamente alarmados por una revelación en un diario llamado el “Borghese”, porque el periódico contenía una lista detallada de clérigos, algunos de los cuales ocupaban algunos de los cargos más elevados, que se decía eran miembros de sociedades secretas.

Fueron noticias sorprendentes, porque los estudiantes estaban familiarizados con la ley canóniga 2335, que expresamente declara que un católico que se uniera a una sociedad secreta sería excomulgado, mientras que la ley canóniga 2336 estaba relacionada con las medidas disciplinarias a ser aplicadas contra cualquier clérigo que se uniera a una sociedad de ese tipo.

Michael Howard, autor  de “The Occult Conspiracy”, habla de esta misma lista, pero va más allá para revelar que la mayoría de estos jerarcas católicos eran miembros de logias masónicas. Howard declaró que entre algunos de estos altos jerarcas del Vaticano se encontraban el secretario privado del papa Paulo VI, el director general de la Radio Vaticana, el arzobispo de Florencia, el prelado de Milán, el director asistente del periódico del Vaticano, siete obispos italianos y el abad de la Orden de San Benedicto.

Los estudiantes quedaron horrorizados con esta revelación, porque se habían emitido repetidas bulas papales contra las sociedades secretas, comenzando con la del papa Clemente XII, en 1738, y terminando con la del papa Pío XI, que murió en 1939.

El artículo fue vociferantemente negado por el escritor católico, M. Jacques Ploncard, en la publicación “L'Aurora”, en la que declaró que ningún prelado había estado afiliado a una sociedad secreta desde 1830. Sin embargo, ciertos investigadores, algunos de los que fingieron ser miembros del gobierno, lograron acceder al Registro Italiano de Sociedades Secretas, recopilando una lista de cardenales, arzobispos y obispos que eran miembros de sociedades secretas. Esta lista incluyó a 125 prelados.

El escenario estaba preparado para la plena aprobación papal de la membresía en las sociedades secretas. El 27 de noviembre de 1983, el papa Juan Pablo II emitió la bula papal que legalizó la membresía en las sociedades secretas para los católicos.

Ahora, podemos entender cómo es que el papa Juan Pablo II exhibía tan descaradamente la cruz torcida o partida, de origen ocultista, en gran parte de sus actos públicos e, incluso, podemos entender el ataúd en el que fue sepultado, cargado de un gran simbolismo, empezando por su particular forma.

Y, finalmente, podemos entender cómo el papa Juan Pablo II buscaba con gran entusiasmo la dominación del Nuevo Orden Mundial, tal y como afirma de forma más que contundente, Malachi Martin, un sacerdote jesuita retirado que enseñó en el Instituto Bíblico Pontificio del Vaticano, en su libro “The Keys To This Blood” (Las llaves de esta sangre).

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